La rosácea es un trastorno inflamatorio crónico que afecta preferentemente a la región centrofacial. Su etiopatogenia es desconocida, aunque se han implicado los siguientes factores: a) disminución del tono vascular (existe una tendencia acentuada a la vasodilatación y a la persistencia de ésta ante varios estímulos como el alcohol, alimentos condimentados o histaminógenos, choques emocionales, exposición solar y cambios bruscos de temperatura, entre otros), y b) actuación microbiana y parasitaria (por un lado, se ha relacionado con la disbacteriosis intestinal e incluso se ha señalado que Helicobacter pylori podría ser un factor etiológico a tener en cuenta; por otro lado, Demodex folliculorum es un parásito que, aunque también puede encontrarse en la piel normal, se presenta con una elevada frecuencia en los folículos pustulosos inflamados de la rosácea).
La rosácea suele presentarse en mujeres mayores de 30 años. Las lesiones tienden a distribuirse en las zonas centrales de la cara de manera más o menos simétrica. Más raramente pueden observarse lesiones en otras localizaciones como el tórax, los brazos, las piernas, etc. La enfermedad suele presentar una secuencia en el tiempo: al principio, suele percibirse un eritema intermitente que posteriormente se hace persistente; por último acostumbran aparecer pápulas, pústulas, telangiectasias y nódulos. La diferencia con el acné vulgar es la ausencia de comedones, por lo que no debería llamarse acné rosácea, término utilizado por muchos médicos. Los pacientes pueden presentar prurito o escozor asociado. En los varones puede acompañarse de un engrosamiento nasal con formación de masas lobuladas y dilatación de folículos pilosebáceos, que se conoce con el nombre de rinofima .
Estos pacientes pueden presentar manifestaciones extracutáneas como, por ejemplo, oculares (queratitis y blefaritis), digestivas (colon irritable, gastritis, hipo o hiperclohidria, entre otras), endocrinas (alteraciones menstruales) y presentar un psiquismo especial (suelen ser personas inquietas, emotivas, impresionables, tímidas y obsesivas)
Dentro de los diagnósticos diferenciales es importante no confundir con la dermatitis seborreica, puesto que los corticoides tópicos (en especial los fluorados) empeoran el cuadro. El eccema seborreico suele darse más en adolescentes y acompañarse de ptiriasis en cuero cabelludo (caspa); además, en la exploración física no se aprecian telangiectasias ni pústulas, típicas de la rosácea, y sí es característica la descamación amarillograsienta. Otros procesos que han de descartarse son el acné vulgar, el lupus eritematoso sistémico y la dermatitis perioral, entre otros
En cuanto al tratamiento, hemos de adoptar medidas generales, tratamientos tópicos y/o sistémicos. Las medidas generales van encaminadas a evitar posibles factores desencadenantes o favorecedores (alimentos calientes o condimentados, calor, exposición solar, alcohol, fármacos vasodilatadores, etc.). Como tratamientos tópicos han demostrado ser útiles las cremas de metronidazol al 1% y las soluciones antibióticas con clindamicina o eritromicina; es importante recordar que los corticoides fluorados están contraindicados. El tratamiento sistémico puede efectuarse con metronidazol (500 mg/día durante el primer mes, 250 mg/día el segundo mes y 250 mg a días alternos a partir del tercer mes) o con tetraciclina (1.000 mg/día los 15 primeros días para posteriormente ir reduciendo la dosis hasta llegar a la dosis mínima de control de la enfermedad, que suele ser de 250 mg/día), o bien minociclina, doxiciclina o eritromicina. Generalmente es necesario realizar de tres a 6 meses de tratamiento para su control.
Referencias Bibliográficas:
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3. Zamora E, De Castro A. Acné rosácea. Piel 1988; 3: 138-141.
4. Zaballos P, Echevarría V, Rodero J, Garrido A. Dermatosis eritematosas faciales agudas. Medicina Integral 2000; 36: 245-252.
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